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Piedra Seca

Ángel Hernández Sesé • 29 de junio de 2020

Piedra SECA

Me habían contado que el Maestrazgo es un enorme país de montañas “es como una plataforma alta, erizada de montes como conos truncados, verdaderos castillos naturales….que describió Pio Baroja; me hablaron de pueblos monumentales, de masías…pero recuerdo que nadie me había comentado que aquel era el paraíso de la Piedra en Seco. Para quien acude fugazmente a estas tierras desde la gran urbe, todo impresiona y sorprende. 

A medida que me fui acercando por la carretera distraje mi atención hacía los bancales, con esos muros de piedras que sorprendían poblando todo el paisaje ante mis ojos. Fortanete se descubrió para mí como un lugar asombroso, pero al bajar del coche y comenzar a caminar me encontré con esos huertos bajos, separados por extraordinarios muros de piedra, sin ningún cemento o argamasa; y esa fragilidad que se le presupone en la distancia, se revela como algo más que fiable en un lugar en el que han resistido al paso de los años, a las inclemencias del tiempo y a la progresiva desaparición de aquellos artesanos que les dieron vida. 

Retomo el camino hacia Mosqueruela y en la aproximación seguía deleitándome en aquel espectáculo; cerca del casco urbano no pude si no dejar mi coche, bajarme y embeberme de aquel paisaje de lascas, de cantos armoniosamente colocados, de kilómetros de muros y muretes, de pequeños chuzos en los que se cobijaron los pastores, y que hoy a duras penas sobrevivían al olvido y al abandono. Aquella villa medieval se mostró ante mí como un paraíso cincelado en piedra, un lugar en el que soñar marcas de cantero, en el que sentir e imaginar los golpes del martillo y el mimo de los artesanos. Soplaba un viento gélido y muy fuerte, y sin embargo al raser de aquellas paredes de piedra, sentía su fortaleza y su seguridad. No puedes escapar a la tentación de imaginar aquel paisaje hace un siglo, en pleno esplendor con el ir y venir de las gentes, de las reses. Con el callado trabajo del cantero y del artesano; me sobrecogen los restos, las paredes derruidas que han sucumbido al devenir del tiempo, a la modernidad. Se amontonan en algunos puntos los cascos, y sobreviven erguidos y orgullosos los muros más cercanos al pueblo. Un vecino me cuenta, que las piedras se disponían en sentido horizontal, y que una vez alzada la pared, se colocaban unas lascas verticales, con una ligera separación, para evitar que las cabras se subiesen y provocasen el derrumbe. 

Dejó atrás Mosqueruela y sigo acumulando sensaciones; desde la carretera veo muros aún en pie, y otros que ya se han hundido, y esa mezcla resulta dolorosamente cruda; intuyo dónde estuvieron las canteras, distingo ese color tan característico de un gris que transmite aplomo, fortaleza en su contraste con el sol, y que entristece con los claroscuros que acompañan los atardeceres. 

Mi siguiente parada es La Iglesuela del Cid; cuanto veo me sorprende aún más si cabe; de pronto los muros se han vuelto cobrizos, de tonos mucho más suaves; luce el sol y el verde de las praderas alfombra mis pasos. Me ha impresionado el pueblo, como todos los que estoy viendo; pero extramuros, aún me gusta mucho más. Se suceden los caminos, los apriscos, incluso un puente que me sorprende por su salud. Aquí la técnica se sublima, me entretengo en los detalles, en la brillantez de un trabajo hecho arte, y desde hace unos meses Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Intento imaginar el paciente trabajo de aquellos canteros, el acarreo de las piedras, su selección, el tiento firme a la hora de colocarlas una tras otra. Más allá de valorar este paisaje que resulta impresionante, sobrecoge la sufrida labor de quienes idearon y dieron forma al mismo. Puentes, cabañas, muros, fuentes, y a cada paso algo nuevo que me atrapa y que recojo con mi cámara de fotos.  

Pasear entre estas piedras me reencuentra con otros tiempos, otro modo de hacer las cosas. Me rodeo de la pausa y la quietud de la que no disfruto en mi día a día, y me propongo deleitarme ante tanta belleza y disfrutar del momento en soledad. 
¡Tú puedes! You can!
Por José Ignacio Perruca 5 de marzo de 2025
Quizás esta ruta no sea una expedición al Everest o al Polo Sur, pero la experiencia vivida es recomendable a todas las personas, sobre todo a los más jóvenes. Es una vivencia para aprender, para dar gracias por lo que somos y para pensar que en esta vida todo se puede conseguir si uno se lo propone. Esta vivencia fue en la marcha senderista que hice en Alcorisa, organizada por la fundación Kalathos; una organización sin ánimo de lucro que da oportunidades a personas con discapacidad intelectual o en riesgo de exclusión social en el ámbito rural. ¿Por qué recomiendo esta experiencia? Son muchos los motivos, pero quizás el principal motivo sea aprender y recibir una lección de fuerza de voluntad. Además de ver a todos/as los/las presentes rebosar de alegría por todos los lados. Pero si habláramos de deportistas como Messi, Induráin, y otras figuras internacionales no sería comparable, pues es su profesión a la que dedican o dedicaron muchos años de su vida. Aquí, en esta marcha, lo importante y lo realmente emocionante, es que participan personas, mayores, jóvenes con discapacidad, donde cualquier piedra por pequeña que sea es una gran barrera que hay que superarla. ¡Pero yo lo vi! y vi que por muy dificultosa que fuera esa barrera, la fuerza mental y física de esas personas con discapacidad para hacer frente a ese impedimento hacía que meditase de la lección que nos estaban dando, sin que él y ella no se dieran cuenta de lo que estaba transmitiendo con sus hechos. Había tres recorridos, uno largo de 18 km, otro mediano de 14 km y uno más corto de 4 km apto para silla de ruedas, aunque era lo de menos porque la ilusión era la misma. Además, pude comprobar como los familiares disfrutaban del evento. Lo primero que me impresionó al llegar al lugar de salida, es que todo eran saludos, besos, abrazos, no eran saludos de mano, era algo más. Ahí ya pude ver que estaba en un lugar y momento muy especial. Durante el trayecto iba hablando con diferentes personas de las que hacían la ruta, también ayudaba si veía que necesitaban apoyarse para salvar esa barrera. Había avituallamientos donde tomar pastas, bocadillos y refrescos. Voluntarios por si ocurría algo fuera de lo normal. Al finalizar la ruta hubo una comida con todos los/as participantes. Pero volviendo al principio del texto donde comentaba que era bueno que esta ruta la hieran los padres con sus hijos, es porque los más jóvenes se darán cuenta que en esta vida todo se puede superar si se pone fuerza de voluntad, o sea con un esfuerzo, que personas con discapacidad lo tienen más complicado, pero no por ello se achantan, al contrario, nos dan una lección de superación. Que sirva esta experiencia contada, para que otras personas la vivan y disfruten, y para aquellos familiares que tengan algún miembro en su familia con discapacidad, que hagan lo posible para apuntarse a esta marcha, seguro que ambos disfrutarán.
Aliaga, lienzo geológico
Por Luis Mampel Laboira 5 de marzo de 2025
Hace ya algún tiempo fui niño. Recuerdo un agostado día de verano en el que, tras visitar a unos amigos de mis padres y deambular con la ventanilla bajada durante curvas y curvas, descubrí, despeinado, un paraje rocoso cargado de silencio que cautivó mi atención… Con frecuencia alternaba viajes a la Sierra de Albarracín y al Maestrazgo y el Bajo Aragón para ver a buena parte de la familia y, entre medias, visitar cualquier rincón de la provincia. Desde muy temprano tuve dos escenarios paisajísticos de referencia. Eran completamente distintos. Los paisajes del entorno de Albarracín, el “rodeno”, con sus tonos rojizos y anaranjados y aquellos pinos que casi tocaban el cielo, y los paisajes del Maestrazgo con sus imponentes farallones grises que contemplábamos desde las estrechas carreteras que reptaban flanqueadas por robustos quitamiedos de piedra. En las nubes tratábamos de identificar formas, parecidos, con pareidoila infinita... en las rocas, además, veíamos fósiles. Años después, con los mismos ojos pero nuevas formas de apreciar y dar sentido a la realidad, topé de nuevo con aquel cautivador paisaje. Reconocí el embalse y aquella imponente construcción a modo de vestigio callado de lo que fuera la Central Térmica de Aliaga. Además, añadí al repertorio la posibilidad de disfrutar de las aguas cristalinas, de los caminos y de ver alguna cabra montesa entre las rocas plegadas. Durante mi etapa de formación académica como geólogo, vi nacer el proyecto del Parque Geológico de Aliaga. En mi fuero interno entendí que mi descubrimiento infantil era un cofre colmado de elementos de interés geológico por descubrir y entender gracias a las explicaciones de mis profesores. Hoy en día el Parque Geológico -englobado dentro del Geoparque del Maestrazgo (Parque Cultural del Maestrazgo)-, nos ofrece la posibilidad de entender de forma autónoma o guiada una buena parte de nuestra historia geológica. El disfrute del paisaje y su interpretación puede llegar a hacernos perder la noción del tiempo, sumergidos entre avances y retrocesos de la línea del mar deseosos de saber más. Sin duda algunas de las paradas son imperativas, no sólo por su valor científico sino también por las sorprendentes líneas de su paisaje. El entorno de Aliaga se muestra especialmente fotogénico desde el mirador habilitado en las inmediaciones de la carretera de subida al puerto de Camarillas. Desde este punto se aprecia una excepcional panorámica de la geología de Aliaga, la disposición de los estratos geológicos depositados durante millones de años, las distintas estructuras geológicas y su morfología. Desde un único punto es posible observar las rocas sedimentarias depositadas durante el Triásico (facies Keuper) y el Jurásico así como leer por completo los materiales depositados durante el Cretácico. También se aprecian vestigios de la minería del carbón en el territorio aprovechando los niveles ricos en carbón de la Formación Escucha (Cretácico Inferior). El plegamiento y el levantamiento tectónico en esta región desarrollaron relieves sobre los que, inmediatamente, comenzaron a actuar los procesos de erosión, transporte y sedimentación. De hecho, los productos de la erosión fueron movilizados por ríos, abanicos aluviales y lagunas hasta zonas topográficamente más bajas. Durante el Plioceno, hace unos 5 millones de años, la región experimentó un levantamiento, al que siguió durante todo el Cuaternario el encajamiento de la red fluvial. En las laderas de los valles la erosión interfirió con la compleja arquitectura de las capas plegadas y produjo las caprichosas crestas que hoy caracterizan el paisaje. El listado de lugares por descubrir es muy amplio…entre otros, el estrecho de la Aldehuela con sus formas imposibles a modo de pliegues disarmónicos y serpenteantes que, gracias al estudio de las distintas disciplinas de la Geología, tienen una explicación científica. La falla inversa afectando a las calizas del Cretácico Inferior en el área de “La Porra” o el pliegue anticlinal de “La Olla”, emblema del Parque Geológico de Aliaga y seña de identidad de esta preciosa localidad.
Por Jesús Gerardo Franco Calvo y Antonio Hernández Pardos 4 de marzo de 2025
Viajar a Gallocanta entre los meses de noviembre y febrero, es asistir a uno de los más hermosos y elocuentes espectáculos de cuantos pueda ofrecernos el teatro vivo de la Naturaleza en nuestro país. El Campo de Daroca como telón de fondo, las grullas como sus actores principales, y ustedes y yo…, los más fieles espectadores. Que empiece pues la función. Quedan atrás los últimos montes de sabinas y coscojas cuando mi automóvil devora las rectas infinitas que irrigan de asfalto la paramera escarchada de los llanos del Jiloca. Me orillo en la cuneta a la altura de Bello. Salgo del cálido ambiente del coche y siento en las ropas el frío de mil cuchillos que traspasan; tomo aire, un aire limpio, profundo, gélido..., un aire que me es familiar, no en vano lo llevo respirando más de veinte años por estas mismas fechas, que son los que llevo viniendo a este extenso, sobrio y duro paisaje que envuelve a Gallocanta. Desde Valencia vengo pensando en grullas. Lo llevo haciendo desde días atrás. Esta tarde, con el crepúsculo de fuego asistiré una vez más a la emotiva y grandiosa entrada de las grandes zancudas del norte sobre la laguna de Gallocanta. Crepita la escarcha bajo mis suelas cuando llego al pueblo en busca de ese café amable y caliente para la resurrección, de ese dulce del terreno o del vaso de tibio tinto acompañado de las exquisitas carnes del lugar. Pueblos abiertos y amigos del viajero, pues la gente del frío no es fría, sino cálida y noble, solidaria con el que viene “de fuera”, de esa cruda intemperie que reina apenas unos metros más allá de sus estufas y chimeneas. Con el crepúsculo vuelven las hordas. Espero paciente la entrada de las doncellas de gris, más emotiva y grandiosa incluso que su salida con el alba, algo más espaciada y discreta. Sobre el ascua del cielo resoplan lejanas trompetas de nuevo, y crece nuestra emoción trasladada a ese principio de nuestros tiempos cuando el Hombre y la criatura salvaje se entendían y respetaban; un rosario de damas emplumadas llena el aire frío y limpio dibujando escuadras milenarias, disipándose y confundiéndose entre un estallido de miles de estrellas que brotan en la noche dando lugar a un firmamento de cuento. Sus voces se apagan poco después, acomodadas para el sueño sobre las aguas de siempre hasta la mañana próxima. No suelo faltar a la cita con el frío más intenso del año, con su prístina laguna y con los llanos que muerde el cierzo y talla el Jiloca. A ustedes, lectores, les sugeriría dejarse perder y llevar por el embrujo de un acontecimiento único y natural repetido dos veces al día durante tres meses largos al año, y a Gallocanta, por pedir le pediría que no dejara jamás con sus encantos, de atraer cada año a las damas grises del norte, como lo viene haciendo desde tiempos inmemoriales. El llano es tiniebla. Las luces de los tractores que se recogen tras la jornada serpentean por los caminos hacia los pueblos. Gallocanta, Berrueco, Las Cuerlas y Bello encienden el páramo. Hace frío, mucho frío. ¿Un café?
Por Carmen Martínez Samper 4 de marzo de 2025
El sentimiento es independiente de un cambio de color. Si un verde es reemplazado por un rojo, el cuadro puede haber cambiado de aspecto, pero no de sentimiento. Siempre he dicho que los colores son fuerzas. Es preciso organizarlos con el fin de crear un conjunto expresivo. (Henri Matisse) La mirada de los artistas no puede separarse de la percepción subjetiva, dentro de un proceso de introspección que generará una idea (re)construida de aspectos culturales aprendidos, memoria y sentimientos. Todo paisaje está acotado por unos límites preestablecidos. Caminar, adentrarse en la experiencia del observador, suma instantáneas y sólo, al detenernos en el territorio, la visión se concreta en una imagen que se construye. Podemos volver a la escena, donde la luz es cambiante como el ánimo y donde el espacio juega con el paso del tiempo . Se amplían los puntos de vista, la necesidad de girar sobre nuestro pies para analizar el entorno que nos envuelve en una imagen continua, como un apunte inmaterial de una sensación percibida, de una panorámica sensible que conmueve. Muchos son los caminos en los que estructuramos la vida y en todos ellos, el paisaje, en el que hemos crecido y compartido nuestras pequeñas historias, viene coloreado por las estaciones del año y su cromatismo. Las formas que la definen son imaginarios (rocas, abrigos rupestres, bosques, ríos). Vamos recopilando etapas llenas de aromas, de campos dorados de cereales maduros y enverdecidos por la vegetación perenne que puebla las montañas. Lugares donde la fauna encuentra su espacio y la flora aporta aromas y pinceladas de color en un manto tendido sobre la tierra. La geografía humana recrea sus sentidos entre el frescor del agua y la naturaleza palpable de sus parajes, bajo un cielo de un azul infinito y puro, donde las estrellas se asoman cada noche y los atardeceres nos hablan, entre rojizos y anaranjados horizontes, de fríos nuevos amaneceres. Este paisaje, muchas veces idílico, nos trae recuerdos de infancia. Algunos de ellos se capturaron en las fotografías de blanco y negro en las que podemos mirarnos en encuentros sociales entre comidas familiares y de amigos, romerías y festejos. Encuentros donde la naturaleza se transforma en el telón de fondo y donde nos dejamos cautivar por la calma que sólo el poeta sería capaz de transformar en la metáfora del paraíso. Imágenes para escribir en verso o novelar leyendas. Imágenes con las que ilustrar un cuento o imaginar la vida de nuestra familia, la que escuchamos cientos de veces sentados al calor de la estufa, embelesados al imaginar lo diferente que era la vida hace ochenta años. La tierra de la que hablamos se define por su diversidad orográfica, que la llena de costuras pétreas y caídas de agua. Una tierra cargada de misterios, de límites fronterizos y de climatología adversa. Esta realidad ha atraído a artistas de diferentes ámbitos para plasmar sobre el papel y la tela un fragmento de su entendimiento con el paisaje vivido. A mí me cautivaron sus construcciones tradicionales, que se mimetizan con sus puertas de madera (del bosque cercano) y el hierro (arañado a la tierra); con sus paredes de piedras calizas y de rodeno, unidas con argamasa de yeso tradicional como parte de la tierra sobre la que se apoyan. También me cautivaron sus ventanas, los ojos de la casa, con sus elegantes y sencillas rejas forjadas. Frente a ellas un mundo de vivencias quedaba al otro lado del cristal y detrás de ellas la imaginación se desbordaba. Recreé sus formas para construir cuerpos geométricos que hablaban de un hábitat propio, de miradas indiscretas y de sueños que volaban entre las costuras y las labores domésticas. Por ello, surgió la idea de hablar de un tiempo de espera. Esperar está muy arraigado a esta tierra, de la que muchos hemos partido y a la que algunos hemos vuelto, porque nuestra identidad se refugia en cada rincón vivido y la soledad, a veces, es un tiempo de espera. Nuestra pantalla no sabe de tecnología; se abre al mirar a través de la ventana. A veces, en su diminuto tamaño enmarcan un trocito iluminado, nevado, húmedo por la lluvia y helado por la escarcha del amanecer. Pequeñas estrellas blancas unen el cielo y la tierra en un microcosmos que se mima, que se respeta y se comparte. Esta es la idea que envuelve mi trabajo, que me anima a trasladar a la materia esa parte de la memoria que conservo en mi archivo de palabras, de colores, de tacto y aromas. Sensaciones propias de quien ha nacido en una serranía, lugar fronterizo, de límites, de riquezas y carencias, de historia y vida. Volver a mis orígenes fue un reencuentro con lo conocido y la necesidad de hablar de todo ello me encaminó a una forma de expresión plástica cercana a la tierra, a su colorido, a sus formas. Cada día siento la necesidad de hacer visible la singularidad de esta experiencia a través de las formas y los trazos, de los colores y las palabras.
aceite, bajo aragón, oro liquido
Por Sergio Ferrero Serrat 4 de marzo de 2025
Como descendiente de familia de agricultores quiero presentaros nuestros más preciados frutos, las olivas, que nos dan el reconocido aceite de oliva con Denominación de Origen Bajo Aragón. Nos encontramos en tierras frías y de secano, ideales para el cultivo del oro líquido, el aceite tan apreciado por todos. Nos estamos acercando a una nueva campaña de recogida de las aceitunas, esperando que empiecen los primeros fríos que permitan su maduración. El fruto empieza a formarse entre los meses de mayo y junio, cuando florece el árbol. Es curioso saber que aunque produce fruto todos los años, suele ser mayor la producción cada dos años. Además estamos delante de un árbol que si no puede mantener todo el fruto, lo va dejando caer para poder sobrevivir. Durante los primeros meses tenemos un fruto de color verde y que posteriormente en septiembre-octubre pasa a ser más blanquecino para terminar de oscurecerse con los primeros fríos. A finales de noviembre empezamos la recolección del fruto, antiguamente con mallas y actualmente con maquinaria que nos permite recolectar mayor cantidad con menor tiempo y esfuerzo. Una vez tenemos el fruto ya recolectado empieza el trabajo más delicado, separar el aceite del fruto. Yo os voy a explicar como obtengo ese aceite en mi casa, prensado en frío y con medios tradicionales. Cuando tenemos las olivas limpias de hojas, las pasamos todas por un molino para triturarlas, obteniendo una pasta de color oscuro. Lo difícil es separar el aceite y para ello tenemos que homogeneizar bien la pasta, ya que al triturarlas el hueso de su interior esta machacado. Una vez homogeneizado añadimos un poco de agua para poder trabajar mejor la pasta y la calentamos entre 25 y 30 grados para que se vaya separando el aceite. Vamos a empezar con el prensado y para ello colocamos los capachos; sobre cada uno de ellos echamos la pasta que hemos obtenido, vamos colocando pasta y capacho encima, esto se repite tantas veces como queramos y nos permita la prensa, haciendo una columna. Dichos capachos son una especie de alfombras redondas que actúan como filtro, antiguamente eran de esparto, pero nosotros actualmente los utilizamos de plástico. El prensado permite que se separe la parte sólida de la líquida pero aun no tenemos el aceite, habrá que esperar a un último proceso de decantación. Con el prensado obtenemos el líquido de la aceituna, una gran parte será agua y se irá posando en la parte inferior y en la parte superior se ira separando el aceite al ser menos denso. Es muy importante que a lo largo de todo el proceso tengamos temperatura alta para que las moléculas de aceite se vayan separando y fluyan, ya que sin ese calor no podremos separarlo. Debemos saber que para poder obtener un litro de aceite, no siempre se necesita la misma cantidad de olivas, depende de la maduración del fruto y de la cantidad de agua que contengan las mismas. Un rendimiento medio podría ser de 5 kilos de olivas para un litro de aceite. Al comenzar con la recolección el rendimiento es bajo y cuanto mayor es la maduración necesitamos menos olivas para obtener el mismo aceite.
Puertomingalvo, verde teruel
Por José Ignacio Perruca 7 de septiembre de 2023
El primer recuerdo que tengo de Puertomingalvo es cuando se dio a conocer gracias al programa de televisión el “Grand Prix”. No había estado nunca allí, por eso un domingo le dije a mi familia que teníamos que ir a visitarlo, pues las imágenes que había visto auguraban un bonito encuentro. Fue un día de otoño, donde amaneció con sol pero frío. La primera parada que hicimos fue en la ermita de san Bernabé, que se encuentra a escasos kilómetros antes de llegar a la población. La carretera que nos acerca es sinuosa y esto hace que no se vea el pueblo hasta que prácticamente lo tienes enfrente. La carretera va ascendiendo por la ladera hasta llegar al destino. A medida que me voy acercando diviso en lo alto su castillo, es como el vigía de un territorio que se ve agreste, muy cerca puedo apreciar “Peñagolosa”, el pico más alto de la provincia de Castellón (1.813 msnm) y el segundo más alto de la Comunidad Valenciana. Entre éste y el pico de Peñarroya con sus 2.020 metros se encuentra Puertomingalvo. Aparco el coche y empezamos a callejear. No sabemos que rumbo tomar, pues salen varias calles estrechas y paralelas con la intención de llegar a la puerta del castillo, y lo digo porque ambas calles nos guardan sorpresas, que intuíamos nada más empezar y que no queríamos perdernos. Pero al final no fue un problema porque veníamos a conocerlo de “cabo a rabo”, así que poco a poco fuimos recorriendo el laberinto de calles que durante el trayecto nos íbamos encontrando. Cada rincón suponía una parada de unos cuantos minutos para poder observar con detalle la arquitectura. Aleros de madera, ventanas y ventanucos, arcos de medio punto, relojes de sol, escudos de piedra, portales, todo esto es lo que nos íbamos encontrando durante el camino. La luz del otoño fue fundamental para deleitarnos y para hacer las fotografías oportunas y llevárnoslas de recuerdo. La casa consistorial fue uno de los edificios que más llamó mi atención, ya que constituye una de las joyas góticas de la provincia de Teruel. Cierto es que Puertomingalvo está más distante de la capital turolense que de la Comunidad Valenciana, razón por la que seguro lo conozcan más que los propios turolenses y, aunque hace más de quince años que fui, desde entonces ya lo he visitado en varias ocasiones, y tengo que decir que todavía me sigue impresionando. No te cansas de pasear por sus calles, esperando encontrar algún detalle desapercibido en las diferentes visitas. Ahora, después de leer estas líneas y observar las fotografías que acompañan a este reportaje, entenderán que Puertomingalvo sea uno de los pueblos más bonitos de España. Fue uno de los primeros de la lista y el primero de la provincia de Teruel. Ostenta este reconocimiento por méritos propios, por su buen hacer, porque sus vecinos son conscientes de la maravilla que tienen y se han preocupado de cuidarlo y conservarlo, de hecho, en 1982 fue declarado Bien de Interés Cultural por su conjunto histórico artístico. Sin duda parece que te hayas trasladado al medievo, al pueblo lo abraza la muralla, recogiéndolo por sus cuatro costados. Antes de llegar al castillo, puedes hacer un alto en el camino y entrar al Centro de Interpretación de los Castillos, visita totalmente aconsejable para comprender la finalidad de éste y de los de la comarca. Cruzando el pueblo, llegamos a la parte más elevada donde se encuentra el castillo del siglo XII. Está asentado sobre una gran roca, dominando todas las panorámicas de la villa. Desde este lugar asomados al “Balcón del Mediterráneo” dicen que se puede ver el mar. Yo me conformo con las grandes vistas, como si fuese un guerrero de la Edad Media. A los pies del castillo y siguiendo la muralla se encuentra uno de los portales por donde se entra a la villa. Hicimos un alto en la visita, pues había que repostar y recargar energías. Y, ¡cómo las recargamos!, los primeros los chicos que comieron unas chuletas de carne exquisitas, por eso lo escribo, porque además de la visita a la ermita y a la villa, tengo que decir que la gastronomía de la zona nos encantó por su sabor casero y tradicional, y como era el mes de octubre, mes propicio para las setas, uno de los platos que pudimos degustar fueron rebollones, todo un manjar al estar tan bien preparados. Poco a poco vamos terminando la estancia en un lugar bello, donde la paz y la tranquilidad han sido claves para disfrutar de la visita. Los relojes de sol de las fachadas de las casas nos indican que nos tenemos que ir, que ellos ya lo van hacer, es un aviso, nos quedan pocos minutos para recoger a los niños y subirlos al coche, seguro que se llevarán una bonita experiencia. Es hora de volver, el sol se ha ocultado con una preciosa puesta de sol y las luces del coche hacen de antorchas para alumbrar la carretera sinuosa, dejando atrás, verdaderamente, uno de los pueblos más bonitos de España.
Por Juan Lorite Martínez 6 de septiembre de 2023
Viajar a Gallocanta entre los meses de noviembre y febrero, es asistir a uno de los más hermosos y elocuentes espectáculos de cuantos pueda ofrecernos el teatro vivo de la Naturaleza en nuestro país. El Campo de Daroca como telón de fondo, las grullas como sus actores principales, y ustedes y yo…, los más fieles espectadores. Que empiece pues la función. Quedan atrás los últimos montes de sabinas y coscojas cuando mi automóvil devora las rectas infinitas que irrigan de asfalto la paramera escarchada de los llanos del Jiloca. Me orillo en la cuneta a la altura de Bello. Salgo del cálido ambiente del coche y siento en las ropas el frío de mil cuchillos que traspasan; tomo aire, un aire limpio, profundo, gélido..., un aire que me es familiar, no en vano lo llevo respirando más de veinte años por estas mismas fechas, que son los que llevo viniendo a este extenso, sobrio y duro paisaje que envuelve a Gallocanta. Desde Valencia vengo pensando en grullas. Lo llevo haciendo desde días atrás. Esta tarde, con el crepúsculo de fuego asistiré una vez más a la emotiva y grandiosa entrada de las grandes zancudas del norte sobre la laguna de Gallocanta. Crepita la escarcha bajo mis suelas cuando llego al pueblo en busca de ese café amable y caliente para la resurrección, de ese dulce del terreno o del vaso de tibio tinto acompañado de las exquisitas carnes del lugar. Pueblos abiertos y amigos del viajero, pues la gente del frío no es fría, sino cálida y noble, solidaria con el que viene “de fuera”, de esa cruda intemperie que reina apenas unos metros más allá de sus estufas y chimeneas. Con el crepúsculo vuelven las hordas. Espero paciente la entrada de las doncellas de gris, más emotiva y grandiosa incluso que su salida con el alba, algo más espaciada y discreta. Sobre el ascua del cielo resoplan lejanas trompetas de nuevo, y crece nuestra emoción trasladada a ese principio de nuestros tiempos cuando el Hombre y la criatura salvaje se entendían y respetaban; un rosario de damas emplumadas llena el aire frío y limpio dibujando escuadras milenarias, disipándose y confundiéndose entre un estallido de miles de estrellas que brotan en la noche dando lugar a un firmamento de cuento. Sus voces se apagan poco después, acomodadas para el sueño sobre las aguas de siempre hasta la mañana próxima. No suelo faltar a la cita con el frío más intenso del año, con su prístina laguna y con los llanos que muerde el cierzo y talla el Jiloca. A ustedes, lectores, les sugeriría dejarse perder y llevar por el embrujo de un acontecimiento único y natural repetido dos veces al día durante tres meses largos al año, y a Gallocanta, por pedir le pediría que no dejara jamás con sus encantos, de atraer cada año a las damas grises del norte, como lo viene haciendo desde tiempos inmemoriales. El llano es tiniebla. Las luces de los tractores que se recogen tras la jornada serpentean por los caminos hacia los pueblos. Gallocanta, Berrueco, Las Cuerlas y Bello encienden el páramo. Hace frío, mucho frío. ¿Un café?
Cogujada montesina
Por Arturo Bobed Ubé 6 de septiembre de 2023
Al amanecer, los primeros rayos de luz penetran en la cárcava. En su interior, tras una heladora noche invernal, en la que se alcanzaron hasta once grados bajo cero en el altiplano turolense, unos brillantes ojos negros se despiertan. Comienza un nuevo día. Nuestra protagonista se sacude la escarcha, despliega las alas, extensión seguida de flexión, los glóbulos rojos nucleados de su sangre transportan el oxígeno a todos y cada uno de los músculos. Acto seguido, revisa los cañones y raquis de sus plumas de color negro azabache con ayuda de un pico algo singular, pues a consecuencia de una pobre primavera durante la juventud su mandíbula inferior luce cierto desvío a la izquierda, dándole el aspecto de zurda. A los pocos minutos de este ritual se dispone a salir de la guarida. En su mapa mental guarda todas y cada una de las oquedades del roquedo calizo en el que vive, como si de grandes rascacielos se trataran. Nuestra amiga no está sola, tiene dos vecinas de cárcava de un color negro mate que le acompañan en el paso de este duro invierno. Juntas se disponen a visitar uno de los mejores lugares para encontrar insectos a primeras horas de la mañana, las grandes grietas de un soleado cabezo conocido como “el carnicero” por su aspecto de muela canina. Allí se encuentra gran cantidad de comida en forma de arañas que siguen activas, a pesar del frio, gracias a las galerías subterráneas que ofrece el karst. Antes de llegar al mismo, las tres observan unos reflejos azulados moviéndose alrededor de las grietas. Se trata de un ave de colores metálicos, el Roquero solitario, un madrugador adelantado que parece indicar que el desayuno está en la mesa. La Zurda y sus dos compañeras tras estar unos minutos ingiriendo calorías, coinciden con otra especie, ésta mucho más mimética que la anterior pero no menos austera, ya que luce una cresta de lo más vistosa. Se trata de una Cogujada montesina, acompañada de su fiel pareja, a la cual conoce prácticamente de toda la vida. Juntas escudriñan el suelo en busca de insectos y granos. De repente, tras unos “tsip, tic-tic-tic”, aparece un macho de Colirrojo tizón, un nuevo vecino en el roquedo, que llegó del lejano norte con los primeros fríos. Su técnica de caza es novedosa ya que se posa en perchas y se abalanza sobre las presas… quizás sea el momento de que la Zurda y sus compañeras aprendan nuevas destrezas. De repente, entre tanta actividad, un silencio tenso. Muchas de las aves desaparecen. Por encima pasa una bandada de pájaros enmascarados chillando procedentes de un campo cercano. Son Escribanos montesinos en plena huida. La Zurda mira hacia el soleado cielo, vislumbra una silueta en forma de aspa trazando círculos cada vez más cerrados sobre ella y sus compañeras. En ese mismo momento percibe unos ojos amarillos con ceja blanca que se clavan en lo más profundo de su instinto. No recuerda haber visto otros tan amenazantes. Sabe que es hora de marchar, aquella es una rapaz pequeña pero letal, capaz de abatir cualquier presa. Tras una persecución explosiva en horizontal, el grupo de las tres amigas se separa. La Zurda consigue esconderse en una ínfima grieta desde la que observa una sombra doble pasar. El Gavilán norteño, recién llegado de Europa central, ha dado caza a una de sus compañeras, precisamente a la más joven e inexperta y ahora, la rapaz exhausta puede recuperarse de su agotador viaje. Tras la accidentada mañana, las dos supervivientes se reúne en una zona cercana al nido de la pasada temporada, un abrigo del roquedal con aspecto barroco. La Zurda comienza a transportar piedras al nido en un alarde de vigorosidad, quizás para impresionar a la pareja. El sol de febrero pronto llega a su fin. Como la mayoría de los vecinos emplumados saben que es hora de resguardarse. Solo se oye el ulular en celo del Búho real. Los días se irán haciendo poco a poco más largos y la Zurda comenzará a enriquecer también su comportamiento. Ahora juega a perseguir a su pareja, con una vertiginosa danza al borde del precipicio, con vuelos arriba y abajo, desplegando al caer su cola blanca con la característica T negra invertida. Y hasta aquí la pequeña historia de un macho de Collalba negra (Oenanthe leucura) con el pico deformado, tratando de conquistar a una hembra para traer al mundo a sus singulares polluelos. Una especie muy escasa que tan solo se da en el noroeste africano y en la vertiente mediterránea y que, afortunadamente, encontramos también en los roquedos turolenses.
Por Vicente Aupí 6 de septiembre de 2023
Ernest Hemingway, Ilya Ehrenburg, Kati Horna, Walter Reuter, Henry Buckley, Capa, Herbert Matthews
Trincheras de Sarrión, un viaje al pasado. Verde Teruel. 50 experiencias
Por Ángel Salvador Pastor. "Lino" 6 de mayo de 2023
Trincheras de Sarrión, un viaje al pasado. Verde Teruel. 50 experiencias. Desde hace ya mucho tiempo, Sarrión está ligada a la tragedia de la guerra civil, en su centro de interpretación podéis ver algo de este momento trágico que le toco vivir a esta población, así como u n audio visual que nos habla de las trincheras del barranco de la Hoz.
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