Por José Ignacio Perruca
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7 de septiembre de 2023
El primer recuerdo que tengo de Puertomingalvo es cuando se dio a conocer gracias al programa de televisión el “Grand Prix”. No había estado nunca allí, por eso un domingo le dije a mi familia que teníamos que ir a visitarlo, pues las imágenes que había visto auguraban un bonito encuentro. Fue un día de otoño, donde amaneció con sol pero frío. La primera parada que hicimos fue en la ermita de san Bernabé, que se encuentra a escasos kilómetros antes de llegar a la población. La carretera que nos acerca es sinuosa y esto hace que no se vea el pueblo hasta que prácticamente lo tienes enfrente. La carretera va ascendiendo por la ladera hasta llegar al destino. A medida que me voy acercando diviso en lo alto su castillo, es como el vigía de un territorio que se ve agreste, muy cerca puedo apreciar “Peñagolosa”, el pico más alto de la provincia de Castellón (1.813 msnm) y el segundo más alto de la Comunidad Valenciana. Entre éste y el pico de Peñarroya con sus 2.020 metros se encuentra Puertomingalvo. Aparco el coche y empezamos a callejear. No sabemos que rumbo tomar, pues salen varias calles estrechas y paralelas con la intención de llegar a la puerta del castillo, y lo digo porque ambas calles nos guardan sorpresas, que intuíamos nada más empezar y que no queríamos perdernos. Pero al final no fue un problema porque veníamos a conocerlo de “cabo a rabo”, así que poco a poco fuimos recorriendo el laberinto de calles que durante el trayecto nos íbamos encontrando. Cada rincón suponía una parada de unos cuantos minutos para poder observar con detalle la arquitectura. Aleros de madera, ventanas y ventanucos, arcos de medio punto, relojes de sol, escudos de piedra, portales, todo esto es lo que nos íbamos encontrando durante el camino. La luz del otoño fue fundamental para deleitarnos y para hacer las fotografías oportunas y llevárnoslas de recuerdo. La casa consistorial fue uno de los edificios que más llamó mi atención, ya que constituye una de las joyas góticas de la provincia de Teruel. Cierto es que Puertomingalvo está más distante de la capital turolense que de la Comunidad Valenciana, razón por la que seguro lo conozcan más que los propios turolenses y, aunque hace más de quince años que fui, desde entonces ya lo he visitado en varias ocasiones, y tengo que decir que todavía me sigue impresionando. No te cansas de pasear por sus calles, esperando encontrar algún detalle desapercibido en las diferentes visitas. Ahora, después de leer estas líneas y observar las fotografías que acompañan a este reportaje, entenderán que Puertomingalvo sea uno de los pueblos más bonitos de España. Fue uno de los primeros de la lista y el primero de la provincia de Teruel. Ostenta este reconocimiento por méritos propios, por su buen hacer, porque sus vecinos son conscientes de la maravilla que tienen y se han preocupado de cuidarlo y conservarlo, de hecho, en 1982 fue declarado Bien de Interés Cultural por su conjunto histórico artístico. Sin duda parece que te hayas trasladado al medievo, al pueblo lo abraza la muralla, recogiéndolo por sus cuatro costados. Antes de llegar al castillo, puedes hacer un alto en el camino y entrar al Centro de Interpretación de los Castillos, visita totalmente aconsejable para comprender la finalidad de éste y de los de la comarca. Cruzando el pueblo, llegamos a la parte más elevada donde se encuentra el castillo del siglo XII. Está asentado sobre una gran roca, dominando todas las panorámicas de la villa. Desde este lugar asomados al “Balcón del Mediterráneo” dicen que se puede ver el mar. Yo me conformo con las grandes vistas, como si fuese un guerrero de la Edad Media. A los pies del castillo y siguiendo la muralla se encuentra uno de los portales por donde se entra a la villa. Hicimos un alto en la visita, pues había que repostar y recargar energías. Y, ¡cómo las recargamos!, los primeros los chicos que comieron unas chuletas de carne exquisitas, por eso lo escribo, porque además de la visita a la ermita y a la villa, tengo que decir que la gastronomía de la zona nos encantó por su sabor casero y tradicional, y como era el mes de octubre, mes propicio para las setas, uno de los platos que pudimos degustar fueron rebollones, todo un manjar al estar tan bien preparados. Poco a poco vamos terminando la estancia en un lugar bello, donde la paz y la tranquilidad han sido claves para disfrutar de la visita. Los relojes de sol de las fachadas de las casas nos indican que nos tenemos que ir, que ellos ya lo van hacer, es un aviso, nos quedan pocos minutos para recoger a los niños y subirlos al coche, seguro que se llevarán una bonita experiencia. Es hora de volver, el sol se ha ocultado con una preciosa puesta de sol y las luces del coche hacen de antorchas para alumbrar la carretera sinuosa, dejando atrás, verdaderamente, uno de los pueblos más bonitos de España.