Un viaje es una oportunidad para vivir experiencias y conocer personas y lugares nuevos, como lo es leer un libro. Pero hay otras formas de viajar con un libro antiguo. Mirarlo, en sí mismo, como objeto, descifrando las señales que sus lectores han ido dejando en él permite al investigador curioso recorrer los espacios y los tiempos que un día transitaron los libros y sus dueños. Este es el caso de los incunables que Eliezer ben Abraham Alantansi imprimió en Híjar (Teruel) entre 1485 y 1491 en la que fue la primera (y única) imprenta hebrea de Aragón, y la segunda de la península. Sus libros, así como el material tipográfico de su imprenta, emprendieron desde Híjar un viaje singular.
Esta historia empieza en la segunda mitad del siglo XV cuando un joven Eliezer ben Abraham Alantansí se trasladó de Huesca a Híjar, donde tenía parientes, para profundizar en sus estudios de medicina y de Talmud, como ya contó la profesora Asunción Blasco. Podemos imaginar que fue entonces cuando quedó cautivado por el estudio de la halajá y de la Torá y empezó a destacar como alumno aventajado. Pronto tuvo que darse cuenta de que la tarea de imprimir libros hebreos, constituía la gran oportunidad del momento, con un público potencial ávido de títulos clásicos para el estudio o para el uso ritual en la sinagoga. No siendo ajeno a la importancia del estudio y del libro para el judaísmo, cuando Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles Alantansí se convirtió en uno de los pioneros que se embarcaron en la aventura de imprimir libros en hebreo en los reinos hispánicos.
En Híjar se reunieron con él otros precursores del nuevo arte, judíos -como Solomon Zalmatí o Isaac ben David- y un converso bien conocido, Alfonso Fernández de Córdoba, “maestro de emprentar” valenciano que llegó a la villa turolense muy probablemente huyendo de una condena del Tribunal de la Inquisición de Valencia, y que había de labrar en Híjar los más hermosos tipos hebreos sefardíes que se conocen.
Una vez allí se integraron en la pequeña aljama, formada por unas 150 personas, distribuidas en unas 40 casas alrededor de la sinagoga y a los pies del castillo ducal. Debieron asistir a las reuniones comunitarias y, al anochecer, acudirían a escuchar los cantos del jazán durante el servicio arvit en una sinagoga que hoy todavía se conserva en gran parte y que recientemente ha revelado restos arqueológicos de una importancia excepcional. Reformada en 1410, el que entonces era un edificio viejo y en ruinas fue ampliado, renovado y ornamentado. Quizá corresponden a esa reforma las extraordinarias pinturas murales recientemente descubiertas y que reclaman ser estudiadas en mayor profundidad.
Alantansí y su equipo imprimieron en Híjar al menos cinco ediciones: una Torá con comentarios de RASHI, una Biblia Hebrea completa, con las Megillot y las Haftarot, dos partes del Arba Turim (el Orah Jaim y el Yoré Deah) y una edición de los Nevihim Aharonim.
Es difícil saber cuántas copias de cada una de esas obras salieron de las prensas hijaranas y qué se hizo de ellas. Algunos de estos incunables fueron confiscados y hasta quemados por la Inquisición. No pocos acabaron componiendo las escartivanas de carpetas y legajos de diversos archivos. Pero otros ejemplares viajaron de mano de sus dueños que dejaron en ellos testimonio de sus vidas, su forma de pensar y de leer, y también pistas sobre los lugares que visitaron, convirtiendo cada ejemplar en un objeto precioso... y viajero.
Analizarlos atendiendo al paratexto que aún conservan: las huellas de procedencia, colofones, marcas de posesión, maniculae, glosas... permite descifrar el itinerario de sus viajes. Recorramos, por ejemplo, el camino del Tur Yoreh Deah impreso en 1487 que se conserva en la biblioteca del Jewish Theological Seminary of América. En el anverso del primer folio, Suleiman HaKohen escribió su nombre y también anotó que acababa de comprarlo a Moses Fioro en un mercado de Almazán, junto a una larga lista de títulos: muy probablemente, era un tratante de libros de segunda mano. En el reverso del mismo folio aparece otro de sus propietarios, Yosef Novara, escrito en hebreo y en latín, pero de quien no sabemos mucho más. Más adelante, encontramos la firma de Doménico Ierosolimitano, que había sido rabino, pero acabó convirtiéndose al catolicismo, fue maestro de censores y autor Index Expurgatorius. Ierosolimitano se aplicó a conciencia contra el Tur Yoreh Deah hijarano: lo expurgó, tachó palabras sueltas y párrafos enteros, y dató su trabajo de censura en 1597, fecha en que otras fuentes le sitúan en la ciudad de Mantua. A finales del siglo XIX, el libro llegó a Philadelphia para engrosar la colección de Meyer Sulzberger, quien acabó donándolo a la biblioteca del Jewish Theological Seminary of America, en Nueva York. Ahí descansa desde 1904. Un Tur viajero, de Híjar a Nueva York, pasando por Almazán, Mantua y Philadelphia. Otros ejemplares de la prensa de Alantansí recorrieron itinerarios parecidos que los llevaron a Jerusalén, Amsterdam, Parma, Frankfurt, Puerto Rico…
Los incunables hebreos de la imprenta de Híjar fueron viajeros, pero también lo fue su material tipográfico. Quizá por la extraordinaria calidad que tenían los tipos tallados por Fernández de Córdoba, otros pioneros judíos de la imprenta los usaron en Lisboa, Fez, Salónica o Estambul. En la antigua judería de esta pequeña villa turolense se escribió un importante capítulo de la historia de la cultura y del libro y hebreo que ha tenido un alcance global que merece ser rescatado.
Ahora se presenta un panorama propicio para el viaje de vuelta. La prevista recuperación patrimonial de la historia judía de Híjar, de su barrio judío y de su imprenta impulsa la recuperación de la memoria de estos pioneros de la “ars nova” y de sus vecinos. Un paseo por la judería hijarana invita a que la sinagoga pueda volver a abrir sus puertas y contar la historia de los judíos de Híjar y de cómo acudían allí, al servicio de arvit, ya caída la tarde.