Existen días a lo largo de una semana en que desearía aferrarme a los recuerdos y no dejar de soñar. Uno de los métodos más útiles que conozco para navegar por los días, es dejarme llevar por los agradables pensamientos, teniendo en cuenta lo que hice ayer, para no equivocarme hoy, ni mañana.
Hace muchos años mi abuelo y mi padre me enseñaron a no caerme de la bicicleta. Con mi abuela y mi madre jugábamos a las casitas de muñecas, las cartas y a la rana. Aquellos, eran sin duda otros tiempos, tiempos felices, de alguna forma, como los de ahora.
Llevo a Irene y Carlos al Museo de Juguetes de Albarracín. Se han cumplido veinte años desde que Eustaquio y Rosa encontraron el lugar ideal para mostrar miles de juegos y juguetes de la historia a todo el mundo mundial en la bella ciudad medieval de Albarracín.
Lugar de mis delirios, recuerdos y anhelos. El centro del universo con todos esos juguetes a un ligero centímetro de mis manos.
Están nerviosos, lo noto. No paran de enredar, de jugar entre ellos y no cesan de preguntar cuanto falta para llegar.
- Ya falta muy poco, primero veremos el Acueducto romano. No os asustéis si sale algún romano de aquellos huecos tan grandes!
- Si veis un dinosaurio me avisáis, por aquí antes había muchos.
- Después veremos el Castillo de Santa Croche y dentro de poco, la bella muralla, la hermosa ciudad.
- Creo que he visto a Doña Blanca allí sentada cerca del río Guadalaviar.
- Estamos a punto de llegar, por favor, un poco de silencio. Siempre es lo mismo. Estos críos.
Por fin, llegamos al Museo. Comienzan a recorrer las salas, es necesario explicarles todo. La antigüedad de los juguetes, por qué algunos son de madera y otros de caña; hasta vemos algunos de metal. ¡Los Playmobil son más pequeños!, les explico que antes se llamaban clips de Famobil y el Scalextric, también es diferente. Se quedan alucinados con los trenes de Ibertren y tenemos que subir corriendo a la segunda planta. Allí me asaltan los anhelos de mis abuelos y veo reflejados en los cristales a mi padre y a mi madre, cuanto me contaban como con sus propias manos construían sus juguetes. Observo con deleite las casas de muñecas, los coches de hojalata y los libros del cole. ¡Cuantos recuerdos!
Tengo que ir corriendo a la tercera planta, Irene y Carlos, preguntan y no dejan de preguntar a Eustaquio y a Rosa ¿Porqué las motos son de madera? ¿Estos coches son muy viejos? ¡Mi madre también tiene el Cinexin, y ese y ese también!, siguen gritando y corriendo. ¿Y esas casas son de papel o de madera?¿Cuantos juguetes recortables tienes, Eustaquio?. Tantos como para hacer otro museo, contesta.
Subimos y bajamos por las plantas veinte veces. Se oyen sus voces alegres, vivarachas y llenas de color y luz. Es tanta la alegría. ¿Ahora, cómo les digo que nos tenemos que ir!
¿Y ese caballo, Eustaquio, de dónde ha salido?.
- Ese Carlos, es el juguete más antiguo del Museo, del año 1910 y, verdaderamente en una obra única en el gran escenario de los juguetes, así como otros que están por aquí, ven y te los enseño.
Conservo en la memoria grabados a fuego algunos de estos juguetes que me rodean. Han formado parte de mi vida, y espero que lo sigan siendo, pese a todos los cambios y vueltas que pueda dar este planeta.
La experiencia vale la pena.
Ahora en la tienda compraré un par de juguetes. Esta tarde trataré de evitar alguna tenue mota de polvo en mis ojos, por si acaso, que no vean como los recuerdos y la añoranza me aprisionan la garganta.
Siento una nostalgia seductora y al mismo tiempo optimista, al ver sus caras plenas de satisfacción cuando suena la historia de los juguetes cuando salen a contar sus chascarrillos por la noche. Al fin, una ligera brisa me llena los ojos de un llanto discreto que Irene y Carlos no perciben. Se nota que me voy haciendo mayor, ¿O quizá no?