El rey de los ríos, donde la frescura de las arboledas, el aroma de las flores y la hierba beben de sus aguas, mientras las aves y los ciervos se dejan seducir por resplandecientes colores. Es y ha sido el río Tajo inspirador para poetas, escritores, músicos y viajeros a lo largo de la historia. Este rey, nace en la Sierra de Albarracín, en los Montes Universales para facilitar la vida por los pueblos, que observan su brillo y esplendor, atravesando mil kilómetros de leyendas y dónde la realidad y la imaginación se envuelven en un sueño enérgico.
Ahora llueve. Los pasos son livianos, húmedos, solitarios. Tras la tormenta, estos caminos se van construyendo con esmero, cincelados por unos pies acostumbrados a dominar las veredas y sendas. Son pasos firmes, seguros, sabios. Con la seguridad de reconocer y amar profundamente tierras y cielos estrellados. Descifrando donde van destinados todos y cada uno de esos esos pasos, sin dolor, con la lealtad suficiente para dejar el camino igual que se encontró.
Un día más el campamento se levanta. El otoño se prendió en los ojos azules del Tajo aragonés, castellano, extremeño o Tejo portugués. Los tonos verdes y azules se hacen turquesas, los marrones y azafranados, sienten envidia de la mismísima tierra. Una sinfonía perfecta que se entreteje suave y pausadamente…
Es más sencillo sentirlo y verlo que tratar de plasmarlo en el papel o en una fotografía. Son sensaciones únicas que se relacionan con la madre naturaleza, la conexión con la propia existencia humana. Esa conexión perfecta que nos une la tierra con nuestro pasado, con los que vagaban por estas tierras tratando de supervivir.
¿Por qué, qué es la vida sino trashumar, caminar, ir de un lugar a otro, para aprender y aprehender la esencia de nuestro destino?
El Tajo espera. Atrás quedan los mensajes y las llamadas por el móvil alcanzando cobertura por los difíciles caminos que en otros tiempos hombres y animales también recorrieron.
Avelino reflexiona. Apenas han cambiado los tiempos. Lleva sobre sus hombros un oficio antiguo, ancestral, divino que le permite ser veterinario, médico, astrónomo, meteorólogo, botánico, arquitecto e ingeniero.
A ratos, Avelino se antoja triste y preocupado. Sopla el viento del sur, calculando la hora a la que llegará el frío y los próximos partos que le esperan. La roya anda jodida y Luque lleva la herradura tocada de una piedra, tendrá que encontrar una corteza tierna de pino.
Avelino sueña, como en una Arcadia modelada a su imagen, escuchar los sonidos bajo el pesado manto de la nieve sobre las botas. Son palabras, tan solo palabras sencillas. Para sentirlo y vivirlo es necesario percibir el suave rumor de la historia.
Avelino, dejó atrás Guadalaviar hace tres semanas y parece hayan transcurrido ocho. Lo último que visitó fue el nacimiento del Tajo. Ese pequeño riachuelo que se hace gigante en Lisboa, la añorada ciudad de Pessoa y el fado. El Tajo, tantas veces nombrado y ajetreado que bien merece una mirada pausada y reconfortante. Queda mucho camino, quedan duras jornadas pero el otoño se despide de la Sierra de Albarracín los verdes marrones, anaranjados y las estrellas llevando en volandas a Avelino hacia los extremos.
Avelino, abre los ojos en el Museo de la Trashumancia de Guadalaviar. Cual perfume, conserva las esencias de la vida, en botes simples, sencillos construidos con lágrimas y penas de los duros inviernos y los pesados soles, con el corazón abierto. No es solo contemplar o sentir, es escuchar, dejarse ir por el gorjeo de los pájaros, el vuelo de la Isabella o el aroma de romero, por el esforzado trabajo de hombres y mujeres en el valle, en las paideras. Se trata de cerrar los ojos y sentir el cierzo golpeando el rostro, acordarse de los viejos; del carbonero, del esquilador, de todos y cada unos de los chozos, escuchar y acariciar la perlada alegría de llegar al destino presintiendo las incertidumbres del viaje.